miércoles, 16 de agosto de 2017

El secreto de sus ojos

Lo que más te gusta de El secreto de sus ojos es el doble juego de guión con la interpretación de las miradas. No sólo descubren quién es el asesino interpretando las miradas de él en las fotografías, sino que durante toda la película, en esa historia entre Irene y Expósito, la mirada de ella no miente, las palabras dicen una cosa pero las miradas están diciendo otra, y es ahí donde entra el gran trabajo del director y de los actores que supieron plasmar ese juego de guión a la perfección. Y lo mejor es que el protagonista no logra descifrar el secreto de los ojos hasta que escribe, hasta que desempolva la máquina de escribir del armario del temor, esa máquina a la que no le funciona la tecla “A” y que transforma los “te amos” en pesadillas donde sólo dice “temo”.

Todo esto te lleva a una conclusión: escribir sobre el amor es lo que te hace entenderlo. Pero.. ¿Sabes qué es lo mejor del amor? Que nunca aprendes nada nuevo. Tú presumías de saberlo todo, sabías dar consejos a los que te leían. Te atrevías a autoproclamarte el gurú de los consejos amorosos. Sabías amar de forma teórica igual que Sheldon Cooper aprendía a nadar de forma teórica. Creías saberlo todo e incluso escribías artículos en tu blog en los que ayudabas a la gente a entender qué era eso del amor. Algunos se ponían en contacto en privado contigo y te contaban sus problemas. Tú muy amablemente les respondías, les aconsejabas, les guiabas, luego volvían agradecidos a decirte que gracias a ti pudieron ver las cosas con claridad.

Se te llenaba la boca hablando de lo que es amor y lo que no es. Decías que una cosa que te hace sufrir no es amor, que es otra cosa, pero no amor. Y los que no salían de relaciones dañinas los considerabas unos tontos por seguir con eso que les hacía daño.

Pero lo cierto es que las lecciones que te da la vida nunca son suficientes para saberlo todo. Lo más grandioso y lo más ridículo que tiene el amor es ver a las personas de incluso de cuarenta o cincuenta años siguen cometiendo las mismas tonterías que cuando tenían diecisiete años.

Tú presumías de ser maduro con las ideas claras con esas cosas y acabaste patas arriba, vuelto del revés. Despreciabas los celos por haberlos sufrido en tus carnes y acabaste siendo celoso. Despreciabas los que no veían las cosas claras y las relaciones como algo matemático y acabaste perdiendo toda lógica posible. El resultado final es que acabaste despreciándote y tropezando con todas las piedras que detestabas, una por una, sin excepción, convirtiéndote en todo aquello que no querías convertirte jamás.

Acabaste llorando en tu cama, pensando que ya no la volverías a ver nunca jamás en tu vida, que estaba con otro, y recordabas a Neruda “Pensar que no la tengo, sentir que la he perdido”, “tu alma no se contenta con haberla perdido”, “Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos”.

Y sentiste la impotencia de no poder hacer nada, de no poder resucitar a un muerto que ni siquiera quería vivir. En sus últimas horas en el hospital tu aguardabas a su lado esperando a que se despertara del mal sueño, le hablabas para que no perdiera el hilo de consciencia con la realidad, no querías que se durmiera y que entrase en coma definitivo, pero en ese momento te dijo “vete, me molestas, estás forzando”. Y acabaste viendo como moría y pasaba a otro mundo distinto.

Tu vida se convirtió de nuevo en una cueva de sombras en blanco y negro. Ella le dio color y luz a tu vida, como sólo pueden hacer las personas puras y auténticas. Con ella los objetos inanimados recuperaban la sonrisa y los días tenían sentido, la ilusión era grandiosa, y sólo el hecho de pensar que algún día la volverías a ver te reconfortaba. Amabas acariciarla mientras hablabais en la cama desnudos después de correros, te gustaba que te contase sus historias, te llenaban de ilusión, quizás en términos reales sólo fue algo que duró tres días, pero en la película de Los Puentes de Madison también sucedió así. Te sentías bien mirando sus ojitos y riendo cuando imitaba la carita inocente de Line. Tu vida gris, vacía y áspera se llenaba de ternura porque podías ver a través de su mirada pura, de sus inocentes mundos, como si ella no estuviese mezclada todavía con el hastío real y sucio y fuese lo único real que quedase en la Tierra. Ella era como uno de esos músicos del metro que tocan piezas musicales bellísimas que son capaces de hacer que la gente apresurada por su monotonía cotidiana se detengan para poder regalar algo bueno a sus oídos, como uno de esos coches antiguos que se escapa a la norma y que circula por la ciudad haciendo que todo el mundo se gire impresionado a su paso. Pues así pasó ella por tu vida, como un arco-iris en medio de una fotografía en blanco y negro, entre la muchedumbre que iba y venía se detuvo a tu lado y con voz tierna te dijo “tú eres dulce”. Y tú también te detuviste para contemplarla, mirar sus ojos y seguir escuchándola. Te quedabas embrujado con sus palabras. A partir de entonces lo que sucedía alrededor, a ritmo vertiginoso, poco importaba. Te gustaba escucharla.

¿Cómo ibas a olvidar algo así tan rápido? ¿Cómo ibas a superar algo así de la noche a la mañana? ¿Cómo ibas a estar preparado para algo tan inesperado tan pronto? Y es cuando piensas en ese cuerpo fino que amabas, en esa sonrisa que ya no tienes, que son de otro, como decía Neruda. Y lo confirmas cuando visitas su cajita de trinos (que es la mejor traducción de Tweet).

Te hundes y piensas. Y piensas. Y piensas. Y no llegas a ninguna conclusión. ¿Hiciste algo mal? Empiezas a ver tus fallos. Te miras en el espejo y no te encuentras. Huyes y te destruyes.
Tratas de volver al planeta Tierra. Te mentalizas. Dices: es normal, no pasa nada, ella tiene una edad, necesita vivir, es normal que se ilusione. Tú sabías que en el fondo todo tenía fecha de caducidad, sabías en el fondo que esto llegaría algún día, sabías que no iba a ser para siempre, sólo era tu capricho, sólo era una más, solo fue alguien en tu camino...

… pero de pronto dices ¿Cómo que fue una más? Fue la única que consiguió verte tal y como eras. Fue la chica que te trató de maravilla. La que hizo que tu corazón se recuperara. Pudiste sentir algo y aunque tú no te fijas en los detalles, sólo el hecho de recibir una carta llena de corazones para el día de tu cumpleaños te hizo ver que era una de las personas más grandes del mundo. Te sentiste lleno de ella. Era la persona más amable que habías conocido en el sentido más verbal, y no adjetival, de la palabra.

Y sigues preguntándote qué diferencia a ella de las demás. Y ante las otras rupturas tú te planteabas seriamente “¿Alguien así me conviene?” y tú contestabas con un severo “No”.

Pero aquí hay algo que no te cuadra. Algo que se escapa a toda la razón lógica. Siempre te has considerado un experto valorando miradas. Sabes que todo está en contra, sabes que ya está todo hundido y quemado después del incendio, pero lo que te impide aseverar un “no” contundente es su mirada. No puedes creer que fingiera cuando te miraba a los ojos y te decía “te quiero”. Sigues creyendo que en ese brillo en su mirada había algo auténtico salvo que fuese la mejor actriz que ha dado el planeta en mucho tiempo con actuaciones dignas de Oscar. Crees firmemente en esa mirada, más que en las palabras dichas, y eso es lo que te desorienta, lo que te hace dudar, lo que te impide decir ese “no” definitivo e irte en paz. Eso que sólo tú has visto y sólo tú lo puedes creer. Aunque nadie lo crea ni lo entienda, por eso no vale la pena explicárselo a nadie. Sabes que incluso ella mismo lo niega. Pero tú sigues como esos locos que han visto algo rarísimo y nadie le cree y acaba encerrado en el manicomio sabiendo que ha visto algo increíble, al lado de los que ven ovnis, extraterrestres y demonios.

Y en ese momento de dudas, después de haberte propuesto y jurar ante Dios que no volverías a visitar su ventana de los trinos lo vuelves a hacer. Esperas encontrar algún mensaje de esperanza que te oriente y te siga haciendo creer en esos ojos. Pero lo que descubres es mucho peor: descubres que esos ojos ya no te miran, están mirando a otro, ilusionados y diciéndolo públicamente. Te mata. No lo entiendes. ¿De verdad tú, el experto en las miradas, pudo fallar tanto? Y no sabes si estás más cabreado con ella que contigo mismo por haberte equivocado. Y es un pez infinito que se muerde la cola. Entras en bucle incesante de contradicciones metafísicas irresolubles. Y recuerdas que ella te preguntó una vez “¿Tú solo ves cosas buenas en mí cuando ves mis ojos?” cuando hablabais de ese don que tú decías poseer. Ella quería que afirmaras algo malo y tú sí que lo veías. Había locura imprudente en su mirada. Locura de la buena pero que a veces la hacía salvaje e incontrolable y la convertía en la leona indomable. Eso le traía problemas con sus padres y con todo el mundo. Contigo también. Pero nunca pensaste que algún día se revelaría tanto contra ti.

Pero claro, tú eres adulto. Sabes entender que lo que antes era luego puede cambiar y ya no ser. Los sentimientos no duran eternamente. Eso le cabe en la cabeza de cualquiera. Lo que no lograste entender fue la crueldad, o aquello que tú entendiste por crueldad. De algún modo no quieres terminar de creer, aunque la realidad te ha abofeteado demasiadas veces. En dos semanas los “te quiero” pasaron a ser un “no te echo de menos”, “nunca volveré a estar contigo” y lo que más te dolió: “con él siento menos, pero estoy mejor”. Era como una contradicción intolerable. Como un insulto. Como si te dijeran “contigo tenía más, pero me quedo con el que me da menos”. Y esas cosas te desquician porque escapan a toda lógica. Y por mucho que trataras de indagar, investigar, ver qué había detrás de esa afirmación te encontrabas con incoherencias y bofetadas de realidad innecesarias. “no me apetece hablar contigo y con él sí”.

Y realmente no podías creer esas palabras. No podías creer que salieran de la misma persona que hacía dos semanas te miraba con los ojos brillantes. No podías creer que eso te lo estuviese diciendo la persona que llenaba tus días, esa que al verte y caminar juntos en una misma dirección te decía “qué guapo”, o que te abrochaba el botón de tu camisa con esa delicadeza y dulzura propia de una niña.

Todo eso en unos días se transformó en dolor, odio, ira, enfado, broncas, peleas, malas palabras y en un torrente de mierda río abajo hacia el mar del desastre.

No vas a entrar en detalles. Pero cada vez que entrabas en su página de trinos lo hacías con la esperanza de confirmar si el brillo de su mirada todavía existiría, aunque sólo lo veías en su fondo, con la fotografía que retrató uno de esos momentos en el que su mirada le brillaba. Pero te encontrabas una persona diferente, ida, sin alma, perdida, llevada por la corriente, y te sentías sustituído por otro al que le dedicaba unas palabras que consideraste muy innecesarias. Consideraste que el daño era muy gratuito y eso te enfureció. Tal vez ella no lo hizo con mala intención, tal vez el enfado era más por no ver lo que tú querías encontrar y por ver la realidad tan dura. Pero a veces preferirías no haberte comido la cabeza tanto para que, si eso que había dentro de ti tuviese que morir, al menos tuviese una muerte pacífica, sin dolores y con anestesia.

Y decides pasar de todo. Empiezas a recordar cómo era tu vida antes de conocerla y piensas que eras feliz. Que claro que podrás apartarla. Que nadie se muere de abandono. Que los que lloran por amor son unos maricas. Te haces el ánimo. No pasa nada. Es mejor no hablar. No podrás recuperarla nunca y es mejor no hacer nada. Que esté con el nuevo, que en fondo de ti sabes que no es mejor que tú en muchas cosas. Sabes que no puedes hacer nada en contra de los sentimientos. El amor es una dictadura. El amor no tiene nada de comunismo, ni de lógica, ni de justicia, el amor es la dictadura más cruel y caprichosa que existe y va a su aire. A ti te queda que lo hiciste lo mejor que pudiste, incluyendo tus fallos, que también forman parte de ti. Sabes que olvidar se olvida fácilmente si te lo propones. Piensas que si ella ha podido en una semana estar con otro, tú que tienes mucha más experiencia y eres maduro podrás hacerlo en mucho menos. Sabes y te autoconvences que una mujer así, tal como está ahora, no te conviene. Tú vales mucho, y te lo repites constantemente. Te insuflas de autoestima. Entras en la página de los trinos a decir quién eres. Te cagas en todo lo que se menea e insultas a todo el mundo. Descargas rabia. Las tratas a todas como unas putas y unas guarras. Pasas el día feliz. Hablas con todas, pero no conectas con ninguna a otro nivel. Te has olvidado de todo. Y de pronto entras en Spotify y escuchas música. Sale un anuncio de un musical. Es el musical “Ay carmela”. Se te va la sonrisa del rostro. Era el musical que fue a ver el día que os despistéis. La recuerdas. La echas de menos. Quieres decírselo. No sabes cómo. Lo último que has recibido de ella son broncas. Malas palabras. No entiendes nada. Todo es un puto caos intolerable. Decides entrar a ver los trinos, una vez más, aunque dijiste que no lo harías. Y lo que ves no te gusta. Sientes que no existes para ella y ves que tu medida del tiempo solo se mide en ella. Es horrible. Te llenas de rabia. De la nostalgia del anuncio de “ay carmela” pasas a la rabia. ¿Por qué no se acuerda de ti?

¿Por qué?

Vuelves a la realidad a golpe de palabras. Tu vida está en blanco y negro sin su voz y sin las pinceladas de sus sonrisas. Pero sabes que tú no puedes hacer nada por recuperar sus sonrisas. Sabes que sonríe por otro. No vas a poder evitarlo.

Lo más sabio por tu parte hubiese sido que no te hubieses enfadado. Aceptarlo todo con serenidad. Tal vez ahora todavía fuerais amigos y os podríais ver y tener encuentros. Sabes que con eso te conformabas porque sería imposible algo más de momento. Además pensaste “menudo chollo, tendré a una persona superespecial y a la vez me liaré con otras”. Pero fuiste el gilipollas que no querías ser cuando empezaste a ver que estabas dejando de ser el eje de su vida. Celos, manías, instinto posesivo, muchas insensateces te invadieron para poder ver aquella situación con suma normalidad. Sabes que podrías haber evitado perderla si hubieses dado rienda suelta a sus caprichos y tú a los tuyos, que los tenías y los tienes, sin que por ello se hubiese derrumbado el mundo. Si algo tenías claro era que la querías y que, bajo ningún concepto, querías perderla.

Te hubiese gustado ser su apoyo. Ser su guía cuando está perdida. Haber recibido alguna visita. Protegerla cuando está mal. Cuidarla cuando lo necesite. Haberla tenido como una gatita que se acerca mimosa cuando necesita calor. Ser una referencia para ella. Darle todo. Te hubiese gustado que te llegara alguna de sus sonrisas cuando miras el hada de tu bolsillo. Con eso tu vida ya tendría pinceladas de color y hubiese sido menos traumático que esto.

Y eso sucede cuando piensas cosas. Te acuerdas de Madrid, y Madrid es ella. Sabes que te va a resultar difícil volver a empezar. La vida en gris es mucho más jodida cuando supiste que existe la vida de colores, y por mucho que te gusten los clásicos del cine en blanco y negro sabes que ahora todo es diferente. No lo puedes verlo igual.

Sabes que vas a necesitar tiempo. Por eso decides acabar con todo. Piensas en tu odio interior que la culpa es de él y no de ella. Y decides apuntar con tus misiles. Napalm puro para dinamitar y hacer saltar por los aires algo que no hará que vuelva, pero sabes que así será un punto de no retorno. Sabes que si lo haces ya será definitivo, por mucho que ella ya te lo haya dicho, sabes que así lo será porque eliminarás la esperanza. Esa esperanza que como una vez escribiste en un poema decía: “Cada día pierdo más la esperanza y todavía me queda ese poco que envenena. ¿Cuánta esperanza debieron darme al nacer si se cada día pierdo un poco y todavía me queda?”.

Y decides disparar. Fuego a discreción. Destruir todo. Desde el mundo olvidado de Valencia. Que se jodan todos. Justicia poética.

Lanzas la bomba de Hiroshima...

… y mientras la bomba va cayendo, en tu cabeza sólo recuerdas esa mirada.

Y aunque ella vuelva diciendo que se siente vacía, que te busca, que no es feliz del todo, que no es ella misma, pero que pese a todo no quiera poner remedio... decides poner fin. Amordazas a tu víctima y le dices que no vuelva a decirte jamás algo así. Que ya ha habido suficiente como para saber que está en un pozo y no quiere salir. Te ofende enormemente que haga eso y le dices que si da un paso más soltarás la bomba... para ver si consigues silenciarla...

… pero la mirada sigue ahí en tu memoria mirándote, diciéndote “te quiero” y haciendo tu vida un lugar mejor, sintiéndote alguien para alguien con su cuerpo dulce y sus palabras finas...

… te preguntas si algún día volverá y se abrazará a ti. Si te susurrará algo al oído, aunque sea un sueño demasiado lejano. Te preguntas si podrías mirarla a los ojos de nuevo y confirmar que ya no existe nada, certificar la defunción, e irte triste, pero tranquilo...

… y esa mirada te habla, todavía te dice algo, algo que estará dándote esperanzas aún después de haber arrojado la bomba de Hiroshima, sabrás que esa mirada existió, y que nadie te podrá convencer de lo contrario, aunque la hayas perdido...

… y tu mirada la buscará, sabes que existe porque quedó inmortalizada en esa foto que tiene de fondo en el rincón de los trinos...

… esa mirada no te engañará nunca y seguirá diciéndote todo.

Sueñas. Tal vez ya no quieras eso para ti. El fuego se está apagando. No sabes si serías capaz de mirarla igual. No sabes si serías capaz de acariciarla. No sabes cómo sería mirarla. Pero si pudieras volver con una máquina del tiempo volverías a ese lugar en el que ella se quedó acurrucadita a tu lado, en el lado izquierdo de la cama, y se quedó dormidita y tú la mirabas pensando: “ojalá pudiera detener el tiempo”, y estando así ya podría llegar el apocalipsis. Sabes que si te dijeran que quedan dos días para que se acabe el mundo uno lo pasarías con ella, con esa que conociste, y que devolvió tus sonrisas con sus besos y te hablaba con la mirada...

¿Y a ti? ¿Te dice algo la mirada?

Sólo tienes clara una cosa:
Necesitas saber si esa mirada existió y existe de verdad.

Tú, al igual que el protagonista de la película, también quieres desentrañar cuál es el secreto de sus ojos.

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